Perspectivas del tiempo real.
Como podría ser una obra de arte creada y desarrollada por un artista que trabaja exclusivamente con la cerámica. En la era de las aldeas cibernéticas, conectadas a gran distancia a través de “internets”, nuestro universo se ha transformado en un gigantesco cerebro electrónico, copia exacta del que tenemos dentro cada uno de nosotros. Pero es lógico que no todos funcionemos de la misma manera y muchos, como en un sistema de autodefensa, funcionan exactamente al revés: crean regiones donde guardar los arquetipos sencillos de nuestra convivencia con la prehistoria, así entendida como el amanecer de la humanidad en un mundo donde todo estaba por descubrir.
Siempre remito a la idea de la cerámica a un hacer artesano por las propias características del material, -secado y quema, asociación con elementos que tienen color y textura-; por otra parte, su comportamiento arquetípico (barro, origen de vida) o psicoanalítico (masa de varias tierras o, simplemente, caca) nos deja subyugados por su valor intrínseco.
La gestualidad, el frescor de la obra creada por este artista que trabaja la cerámica, pienso que queda a merced de su particular proceso artesano, de su carga “emocional” y su aparente fragilidad. Todos los objetos utilitarios y decorativos que conocemos desde siempre -macetas, platos, ánforas, vasos, recipientes para aceite, agua, cajas mortuorias, etc.- nos han acostumbrado a imaginar la cerámica como un elemento terminado en sí mismo, con una función totalmente involucrada con el mundo real y cotidiano.
Con estas consideraciones, podemos presentar la cerámica como el material más relacionado con la verdad o la mentira, dependiendo de la forma y contenido que se utilice: verdad y mentira entendidas como pertenecientes al universo nietzscheniano, donde no caben elementos causantes de ruido o decorativos en una materia que, en su estructura inicial, se presenta tal como es: barro y nada más.
Revivir hoy día estas experiencias después de convivir con las “maravillas” tecnológicas de nuestro universo posindustrial parece un contrasentido y, por eso mismo, se transforma en una alternativa radical.
Emilia Guimerans ha optado por ella. Seguir siendo fiel a sus sentimientos, a sus arquetipos, a trabajar tal y como se respira. Tiene la capacidad de no engañar su propia materia. Trabaja con el barro y con él construye su mundo inmediato. Casa y taller son una sola cosa y la vida se mazcla más profundamente aun en lo que ella es. Comida y obra, alimento y necesidad (placer) se mezclan a punto de confundirse. Crear una amalgama indisoluble por la urgencia de la necesidad de vivir. Interrumpir la velocidad desmedida de lo cotidiano es un acto de extrema calma y violencia a la vez.
Emilia Guimerans revela la naturaleza a su manera. A través de una simple placa de porcelana, ella construye y estructura su trabajo. Son nódulos no orgánicos, no exactamente iguales, como la cáscara de una planta o de una animal, que se repiten ad infinitum, pero teniendo cada partícula su propia identidad, representativa de esta primitiva naturaleza arquetípica. En este sentido construye formas con la ayuda del color, no quedándose solamente con la realidad, pero imprimiéndole una parte de ensueño o búsqueda de otra naturaleza. Naturaleza interna y naturaleza externa, forma y función. Un design relacionado con necesidades que no pueden ser mensurables a una primera mirada, pero pueden ser fruto de un proyecto iniciado hace miles de años y desarrollado cada día, como una especie de vida en constante evolución. Artrópodos simétricos de la cultura digital, pero hechos en barro, sus costuras aparentes y evidenciadas como testigo de la propia construcción dejando, de esta manera, intuir lo que pasa en su interior, en el ejercicio de enseñar, de no esconder, de no involucrarse con la mentira, y originando formas no pretenciosas, silenciosas, donde el único devaneo es el color. El color entendido como luz, como energía emanada del propio ambiente de trabajo, del horno y de la cocina que están generando placer y alimento.
Otros trabajos que podríamos asociar con máquinas y con contenedores son el ejercicio de un nonsense hecho de tierra para contener tierra o perforar la propia tierra como elementos antropofágicos, pero donde no hay la más mínima idea de vencedor. Pequeños equilibrios que de otra manera intentan demostrar la simbiosis entre habitantes pertenecientes a un mundo pacífico. No siempre la existencia es un dilema difícil de discernir a través de la obra de arte.
Fernando Casás
* El texto completo se encuentra en: Revista Cerámica Internacional n.56. Edición Keramos, Madrid, 1996.